“Allí donde veas la veleta verás el jardín”. No sé por qué motivo recuerdo estas palabras cada mañana, mientras camino y escucho el eco de mis botas sobre la hierba. Entonces, con un gesto que ya es rutina, levanto la cabeza y observo la veleta en el tejado de la casa. Intuyo que esa mirada tenga una razón. La veleta siempre apunta hacia el oeste. Hacia ti.
El jardín es todo en un pequeño pueblo habitado por seres muy especiales. Cuando pasas cinco horas despierto, día tras día, sin escuchar una sola voz y con la única compañía de unos cuantos frutales, entonces empiezas a contemplar otro mundo que no siempre vemos pero que está ahí, con su ritmo, sus costumbres, su jerarquía…
En realidad es tan sencillo como sentarse en cualquier lugar con algún espacio verde y apoyar la mano en el suelo. Si aguantas unos minutos verás pasar una hormiga entre los dedos, al rato una pequeña araña, de nuevo la hormiga con una ramita a cuestas, de repente un insecto explorador que mueve sus antenas orgulloso de alcanzar la cima. Es tan sencillo y tan difícil como sentirse vivo.
Son precisamente los insectos los habitantes más castigados de este pequeño pueblo. Errantes, vagabundos, viven a la intemperie o debajo de una piedra, y se mudan cada dos por tres cuando los arados llegan para remover la tierra (¿os suena?).
En el extremo opuesto se encuentran las gallinas. Viven en una fortaleza de pasto que ocupa una buena parte del jardín. Tienen entre siete y ocho años (el equivalente a 80 o 90 años en un hombre), y siguen poniendo huevos como si tuvieran dos. ¿El secreto? Lo de siempre, no hacer nada y comer mucho. Cubos enteros con restos de comida. Montones de alimentos que cualquier familia conservaría para el día siguiente y aquí van a parar al estómago de estas vacas con alas y cresta.
Sus peores enemigos son los cuervos. Por aquí dicen que son los seres más inteligentes que habitan el país. Son capaces de captar el más leve movimiento de un dedo a una distancia de diez metros. Cuando los cubos de comida llegan a la fortaleza de las gallinas, los cuervos sobrevuelan la zona y ocupan posiciones entre las ramas para atacar cuando ya no hay hombres a la vista. Mitad carroñeros mitad estrategas, son el alma revolucionaria del lugar.
La mayoría de la población está formada por vegetales. Seres inmóviles que sólo crecen para arriba. En uno de los laterales hay tres pequeños invernaderos, uno para el cultivo de tomates, otro para la preparación de semillas, y el otro para el cultivo de vegetales varios: lechugas, berenjenas chinas, espinacas,… El resto del espacio, bordeando el palacio de las gallinas, está ocupado por huerta, frutales, y alguna planta de marihuana que hace las delicias de la familia (la de los hombres).
El príncipe es un gato de ojos verdes y piel parda. Un auténtico perezoso que utiliza el jardín para pasear , dormitar, o salir de caza. Le gusta exhibir su trofeo, por lo general un conejo, llevándolo en la boca como si le hubiera crecido una larga barba.
Finalmente una amplia colonia de músicos difíciles de encajar: golondrinas, pájaros comunes, carpinteros,… Amenizan las mañanas con su orquesta, desafinada pero relajante. Me recuerda a La Habana. Son el arte, sin duda. Comprometidos consigo mismos, son la inspiración de los cuervos, el dolor de cabeza de las gallinas, el somnífero del gato, la cantina para los insectos y un ruido para los vegetales.
Hay entre ellos un músico especial, quizá el menos músico pero el más inteligente. Esta es nuestra historia…