lunes, 16 de julio de 2012

El viejo y su montaña

 



Durante los combates decisivos que cambiaron la historia de Nicaragua, Alberto se encontraba solo en la cima de una montaña. Escuchaba consumirse las hebras del tabaco y conversaba con los pájaros. Ellos, dice, hablan mucho cuando va a llover.

 Era un día cualquiera de un mes irrelevante de 1978. Este hombre delgado pero gigante, con su pelo blanco, largo y tempestivo, sin dientes y las alpargatas remendadas en todas las direcciones, llevaba casi 33 años en el mismo lugar. Vivía como ermitaño, comiendo vainas silvestres y consumiendo cosusa, un licor de maíz conocido popularmente como “patada de mula”. Aquel día, envuelto en el humo del cigarro, miraba su
montaña con dos cinceles en una mano y una piedra de río en la otra.

Tres décadas después terminó su obra. Las laderas de la montaña están llenas de piedra con forma de elefantes, jaguares, guerrilleros y poetas. El hombre que aprendió a escribir en su vejez, concibió un sueño que plasmó con esculturas, días tras día, sobre un cerro indómito mientras veía crecer su pelo, su barba y sus pensamientos. “El que no tiene amigos, no tienen nada”, dice, pensando en voz alta.

Alberto duerme hoy en la misma chocita de madera de su infancia, viejo y solo, debajo de la montaña, hablando con los pájaros y escuchando consumirse las hebras del tabaco en una cima donde pasa la vida, lentamente.