En Nicaragua, como en tantos otros lugares con derecho a guardar silencio, los hombres no tienen jubilación ni planes de pensiones. Terminan de trabajar, sencillamente, cuando se mueren.
Pero en las tardes, cuando el campo descansa, los ancianos salen a los patios de las casas y se cuentan viejas historias, a veces sinceras y otras exageradas, porque ninguno quiere recordarse como uno más en esa severa dictadura que es el tiempo y que todo lo acaba.
Un joven pasó con una botella de ron frente a uno de esos ancianos y éste le pidió un trago. El joven se acercó y le puso la botella delante, ofreciéndole ron a cambio de una “pasada”, como llaman a esas historias que de tanto recordarlas, se olvidan. El viejo le contó la más sincera que conocía: “Nosotros lo viejos vivimos sólo del puro recuerdo, pero ustedes, los jóvenes, sólo de puras ilusiones”.
El joven se rió, le miró a los ojos y le regaló la botella.
P.D: Un pajarito me dijo que andaba preocupado, porque de tanto viajar se dio cuenta que en el mundo abundan los recuerdos de ilusiones... perdidas.