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Levanta la barbilla y aplasta sus dedos índice y corazón en el cuello simulando una pistola con las manos: “Mataron a mi hijo de un tiro. Nunca supe que era un Ñeta hasta que vi llegar a decenas de jóvenes con cadenas y gorras a su entierro”. La voz de Pancho se apaga unos segundos mientras conduce el taxi que me lleva desde el centro de Guayaquil a las Cuatro Manzanas, uno de los suburbios urbanos más peligrosos de la capital financiera de Ecuador. Clasificado por el gobierno local como “zona Roja”, el barrio vive un proceso de pacificación entre algunas de las bandas callejeras más influyentes de América Latina.