Me fascinan las boardillas con ventanas en el tejado, por ejemplo. Estar tumbado en la cama y dormirme bajo un cielo lleno de estrellas. Recuerdo El Escorial adornado siempre con la imagen de la luna, a veces mordida, a veces plena. Esa ventana era un camino hacia la inmensidad del espacio, un espacio que terminaba venciendo los ojos, agotando los abrazos hasta que dejábamos de vivir.
Cuando estas rodeado de naturaleza, lejos de carreteras, pueblos y ciudades, te das cuenta de que estamos demasiado acostumbrados a tener que mirar hacia arriba para respirar y sentir el latido de un mundo desnudo. En lugares como este, en medio de prados y colinas casi deshabitadas, todo tiene otra perspectiva. No es necesario mirar hacia arriba sino que todo te llega de frente. No buscas la naturaleza sino que ella te encuentra.
Escribo esto porque hace unos días viví una experiencia emocionante. Mi habitación no tiene ventanas en el tejado aunque no las extraño. Todo está en frente de mi. Cuando llega el regalo de un día con sol aprovecho para dejar la puerta abierta y estudiar, dejando que los sonidos y los colores del campo se cuelen por todos los rincones. En uno de esos días, dos golondrinas entraron por la puerta sobrevolando a sólo a unos centímetros de mi cabeza durante cerca de un minuto. Es difícil describir la sensación. El corazón se acelera y la piel parece abrirse como un gran pétalo. Sólo recuerdo que cerré los ojos, y con las manos apretando mis rodillas, me dejé llevar. Podía sentir cada aleteo como si fuera un susurro en mi oído, podía intuir sus miradas, el ritmo de su vuelo. Las golondrinas sabían perfectamente lo que estaban haciendo. No se habían confundido ni entrado en mi habitación por error. Era un vuelo deseado.
Las aves migratorias inician su viaje por estas fechas y la pareja de golondrinas acababa de llegar, quién sabe desde dónde. No es la primera vez que vienen aquí, hace años que construyeron un nido justo encima de mi puerta. Al verme, su instinto de protección hacia las crías hizo que se pusieran alerta. Con un gesto planificado, las dos golondrinas entraron al mismo tiempo y aguantaron un buen rato en mi habitación, quizá controlándome, quizá avisando de su presencia.
Ahora mismo una de las golondrinas está apoyada en la puerta, a tres metros de mí. Ya no entra en la habitación. Se han acostumbrado a mi presencia, a verme desde abajo. También ellas tienen otra perspectiva.
Ahora mismo una de las golondrinas está apoyada en la puerta, a tres metros de mí. Ya no entra en la habitación. Se han acostumbrado a mi presencia, a verme desde abajo. También ellas tienen otra perspectiva.