Una España indignada se inquieta. Lo llamarán efímero, inmaduro, pasajero, fugaz, o todos los adjetivos que quiera utilizar esa otra España que tiembla ante la palabra ‘cambio’. La diversidad no es el rojo y el azul escalando el monte de la inmadurez política; la diversidad no es un urgido presidente nombrado en la pila bautismal de una izquierda que golpea con la derecha; no es un aspirante noqueado por su propia estupidez en el ring de los invisibles; la diversidad no es bueno o malo, Norte o Sur, hombres y mujeres compartiendo democráticas formas de explotación donde unos viven y otros malviven. No. En un rincón olvidado de la diversidad se encuentra el acceso a pensar diferente y actuar en consecuencia; significa elegir el camino como individuo, pero también la voz para crear una sociedad justa, libre y solidaria. La bandera se llama Humanidad y afronta una batalla shakesperiana: ser o no ser. Miles de personas ejercen hoy en España su derecho a alejarse del pensamiento inmóvil, su derecho a ser una conciencia colectiva y no una reducción de individuos incapacitados por un sistema incapaz.
Esa cosa impalpable y lejana que llamamos neoliberalismo ha petrificado el razonamiento y, sobre todo, la sensibilidad. El bienestar se ha convertido en posesión y el talento en consumo. La gran victoria de ese sistema es haber aislado al hombre, hacerlo preso de sus miedos para que vea imposible una batalla; el capital le ha puesto una venda colorida en los ojos, de forma que no tenga tiempo de mirar adelante, de pensar en el Otro y, apenas, en sí mismo. Sólo es visible ese pañuelo que se desfigura como un óleo bajo la lluvia cuando ya es demasiado tarde. Nos enseñaron a soñar en dólares y éxito. Se ha creado una conciencia local con aspiraciones de conquista. Creemos tener el mundo al alcance, cuando en realidad nos separamos de él a pasos agigantados. Hoy no estamos lejos de la percepción robótica que Huxley tenía en su Mundo Feliz, y el primer signo es la carcajada de todos los que subestiman cualquier movimiento social que piense de manera diferente.
En Sol germina una nueva voluntad, sin anclajes políticos ni telarañas ideológicas, un pensamiento inspirado en el cansancio de personas que no han tenido la posibilidad de Ser. En España no hay una rebelión de pobres exigiendo pan. Son esencialmente jóvenes que han empezado por rebelarse a sí mismos. No hemos sido conscientes de nada porque lo que llamamos cambio ha sido algo impuesto, necesidades creadas para seguir percibiendo un desarrollo ilusorio. Se trata de recuperar la conciencia de nuestra vidas, se saber que somos nosotros quienes debemos decidir el futuro de nuestros hijos. Es tan simple como detenerse unos minutos y pensar en lo que estamos creando.
No soy el único que no distingue entre las pancartas las propuestas de la manifestación, pero creo que ahora es sólo el momento de salvar el espíritu que la hizo nacer. Más allá de un paro desmedido o de una educación diabética, en el fondo veo el hartazgo de una sociedad ociosa. Veo aburrimiento, ilusiones perdidas, y deseos de creatividad. Es inútil preguntar cuándo acabará esto, o si es sólo un impulso más de jóvenes con un futuro censurado. Cualquier pregunta que ponga en duda la germinación de un movimiento impulsivo merece el silencio como respuesta. Lo único importante ahora es disfrutar del momento. Ver a varias generaciones mostrar rechazo ante unas fuerzas de seguridad que responden con golpes al Derecho. El Gobierno se muestra paciente con el individuo pero se inquieta con el colectivo. Ya era hora…
Os animo a crear un mundo nuevo, a participar de esa marcha hacia nuevos ideales y a pensar que el hombre puede crear utopías que los de arriba desecharon. Hay revoluciones sin armas y hay palabras que duelen más que las balas. Que cada uno aporte su voz.