Aunque pensemos que todo en nuestra vida es necesario, creámonos locos por un instante y pensemos que lo necesario es apenas compartir, aprender y sentir. Hagamos un esfuerzo y dejemos a un lado el trabajo y la fría escena de la oficina. Aparquemos el coche para caminar sin rumbo, por caminar, nada más, como silba el feliz sin saber que silba, o como besa el enamorado olvidando que besa.
Dejemos de ser vistos por la televisión para que esa persona que hay a nuestro lado nos mire, y de su mirada nazcan palabras, o vida, o silencio, que es la mejor forma de convertir el tiempo en un teatro de sentidos. Desnudémonos, sin más, vaciando la mente de trastos inservibles para empezar a amueblarla, por ejemplo, de sueños.
Soñemos hoy un mundo al revés. Un mundo volteado donde no haya parlamentos en el cielo sino en la tierra. Un parlamento por cada hombre, mujer y niño que pasa hambre. En ellos debatirán personas que trabajan con los brazos, y no mentes que usan los brazos de otros para decir que trabajan. Soñemos que ese parlamento decide que el migrante es el que viaja por el placer de negociar y no la madre que deja atrás a sus cinco hijos para vender su vida. Tan importante es la vida del otro, que nadie se irá de ese parlamento hasta que la voz del pobre se haya quedado sin palabras.
En ese mundo soñado no habrá cárceles ocupadas por niños que robaron por no tener nada, sino hombres que administraron pueblos por tenerlo todo; la historia la contarán los perdedores, los mismos que serán encargados de construir un futuro sin ganadores; habrá un hombre nuevo, revolucionario e inquieto, que no discutirá leyes sino criterios, que no creará conciencia política sino social, que no prometerá sino que hará.
Los niños soñados no cargarán cajas de fruta por los mercados sino sacos de ilusiones por las escuelas. La educación será el espejo de la humanidad y no la voluntad de los que quieren un mundo arrodillado; el campo se llenará de libros abiertos porque todos los campesinos querrán saber por qué hubo un tiempo en que nadie les escuchó. Los Derechos Humanos se recordarán en el momento de declarar una guerra y no sólo en los momentos de paz, cuando la sangre ya se ha secado. El parlamento volverá a tomar la palabra para anunciar que el letrado no merece más que el iletrado porque los dos, uno y otro, trabajarán mano a mano, como iguales. La justicia no hará temblar a los que menos tienen y el ser humano, por fin, sabrá qué hacer con esa palabra tan hermosa llamada libertad.
Y después de soñar volvamos a nuestro mundo de lo necesario, dejemos de ser locos para seguir viviendo esta realidad sin cuentos, donde unos nacen en el lado oscuro y otros con la luz de frente. Dicen los soñadores de aquí que el momento más negro de la noche es justo antes del amanecer. Hasta entonces, soñemos de vez en cuando.