viernes, 14 de mayo de 2010

Tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos


El Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó México durante 70 años. Una dictadura perfectamente orquestada bajo el disfraz de una democracia activa. Entre sus logros, meter a un país con las más extremas desigualdades sociales (y una balanza descaradamente a favor de los pobres), en las fauces de Goliat. La firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) hizo público y sin complejos lo que venía sucediendo en México desde su Independencia. Que su único vecino en el norte, Estados Unidos, tenía por derecho la libertad de joder a los de abajo. Esta vez, el culpable también tenía un nombre: Carlos Salinas de Gortari.
El capitalismo es un lenguaje  cifrado entre esa docena de empresas que gobiernan el mundo, pero aunque no se entienda nada, cada vez que uno de ellos abre la boca (no importa que sea Lawrence Summers o Robert Barro empachándose a números desde su despacho, o los dueños de McDonalds y Wall Mart engominándose el pelo con el sudor de los demás), todo el mundo sabe que sus bolsillos van a reventar de dólares y que en las ciudades van a crecer más chabolas.
Por eso gritó el Ejército de Liberación Nacional (EZLN) en México: “Heyyyyyyyyy!!! estamos aquí, estamos muy abajo pero estamos. De qué vamos a ser un país poderoso… ¡Nuestra gente se muere de hambre! No terminen de vendernos… no así. Hasta aquí hemos llegado”. Se pusieron el pasamontañas para que les miraran de una vez por todas, dieron esperanzas a un pueblo que clamaba justicia y después, ya se sabe lo que pasó. De nuevo a la selva y de nuevo la indiferencia. El TLC sello el destino de México, una vez más.
En el año 2000 llegó la transición, y el Partido Acción Nacional (PAN) ocupaba el poder por primera vez en la historia del país. Su hombre: Vicente Fox. Sé sabe que paseaba mucho con botas de cowboy por los ranchos de Texas; se sabe que nunca cumplió los acuerdos pactados con el EZLN; se recuerda aquel “comes y te vas” que, vía telefónica, le espetó a Fidel Castro para que no le diera la serenata a Mr. Bush con motivo de una cumbre de mecenas políticos; se sabe que en su legislatura, el Chapo Guzmán, principal capo del cartel de Sinaloa, se escapó de la cárcel más segura (y corrupta) de México por la puerta grande; se sabe que su política social proclamó el analfabetismo y, en definitiva, se sabe que todo siguió igual. Bueno, no todo.
La transición trajo un cambio fundamental. El centralismo que el PRI había mantenido durante 70 años equivalía a un presidente endiosado y una prole de empresas y subalternos a su vera. Algunos lamiéndole las botas, otros extendiendo la mano para no perder “la amistad”. Lo que decía el presidente iba a misa y todo el país (en la esfera política) obedecía. El presidencialismo desapareció con la llegada de Vicente Fox. El poder se fue descentralizando paulatinamente a favor de los estados (32 en todo México), que adquirieron una capacidad de acción inaudita. Los gobernadores estatales son hoy caciques con la autoridad, de hecho, y la seguridad, de fe, para hacer y deshacer a su antojo el destino de los ciudadanos.
No importa que sea en Veracruz, Oaxaca, Tamaulipas o Sonora. Todos se sienten dueños y señores de esas parcelas de miles de kilómetros y miles de hombres. Lo que más llama la atención es que, aunque la presidencia esté ocupada por un hombre del PAN, Felipe Calderón (de visita estos días por España), la mayor parte de los estados están gobernados por el PRI. Esto significa mucho. Significa que la capacidad de operar de la dictadura prrista no ha sido mermada, sino que se ha dispersado, a la espera de alzarse de nuevo con el botín del gobierno federal, algo que parece probable que suceda en las próximas elecciones.
Pero lo más importante. Se habla mucho de la política fallida de Calderón ante el narcotráfico. Cuando subió al poder, dio un puñetazo sobre la mesa y declaró la guerra a una de las estructuras más consolidadas, mafiosas y armadas del mundo. Sacó al ejército a la calle sin contar con que en las filas de las fuerzas de seguridad impera la corrupción, sin contar con que los carteles han activado sus operativos y ya han dejado más de 20.000 muertos en tres años, sin contar que su vecino del norte no ha dejado de vender armas por doquier, de consumir droga a mansalva y de ignorar completamente el destino de México (la política racista de la ley Arizona es sólo un ejemplo, muy pequeño, de lo que opinan algunos estadounidenses de los que tienen la piel morena).
Y a pesar de que todos tenemos que ver a soldados cubiertos con pasamontañas y armados hasta los dientes paseando en furgones por la calles, y tenemos que leer cada día que se han asesinado a diez o doce personas, o tenemos que ir con la cabeza agachada porque no se sabe dónde está el enemigo,.. A pesar de todo, el gesto de Calderón no deja de ser valiente. Equivocado, pero valiente.
Toda la crítica se ha volcado sobre él, pero nadie, o muy pocos (no en voz alta) han mencionado la corrupción de los gobernadores. La droga se mueve por rutas muy definidas y si uno se fija muy por encima, todos los puertos por donde entra la droga están bajo la jurisdicción del PRI; todos los estados del norte de México, menos Baja California, están gobernados por el PRI; todos los estados del sur, donde predominan las plantaciones de marihuana, están gobernados por el PRI; todos los gobernadores de esos estados saben qué carteles operan en su zona, quienes son sus hombres y qué bien les viene los miles de dólares con que les empapelan mensualmente. Pero de esto, muy pocos hablan, quizá porque sea más fácil apuntar con el dedo a una sola persona. Quizá porque una crítica lanzada en el barrio, te puede costar la vida.
La droga pasa por territorio de muchos gobernadores, pero su destino final es Estados Unidos. No contaban con ello al firmar el TLC pero, sin duda, algo bueno debe tener para la economía estadounidense el trasiego de capos por la frontera.