lunes, 28 de mayo de 2012

Realidad




León, Nicaragua. A finales de mayo.

Los días de tormenta, Enrique se acuerda de los muertos de la revolución. Mira su mano y recuerda los cócteles molotov entre sus dedos, detrás de las trincheras, con un par de balas en las cananas y el paliacate cubriéndole el rostro. Cae la lluvia y piensa en los charcos rojos de sus compañeros abatidos por la Guardia Nacional de Somoza, heridas sobre los uniformes desgastados de los guerrilleros, sobre sus rostros adolescentes y los gestos de rabia diciendo: “‘hioputas’, seremos libres”. 

El cielo truena y Enrique se acuerda de todo eso, con el brazo agonizando de dolor. Una ráfaga de metralla le alcanzó en aquellas trincheras. Le entubaron el brazo por dentro, y los rayos, o la luna llena, alteran desde entonces la aleación.


Las tormentas le recuerdan, treinta años después, que no tiene dinero para cambiar el metal que ya no sirve. Se acuerda de que algunos de sus comandantes presiden hoy el país. Se acuerda de los compañeros muertos y aprieta fuerte los puños para contener el dolor.