Me enfermé de fiebres tifoideas la noche antes de viajar a
Nicaragua. Tuvimos que esperar unos días
como esperan los marinos de Joseph Conrad, inquietos en tierra y amainados sobre el
mar. Mientras tanto, aceptamos una invitación para acudir a una ceremonia de
temazcal y limpiar los vertederos de la mente.
El temazcal es un rito de purificación celebrado durante
siglos por los indígenas de Mesoamérica. Consiste básicamente en un proceso de
depuración emocional y física a través
de rezos y baños de vapor. En una estructura circular de no más de metro y
medio de diámetro, construida con cañas de bambú y mantas, se crea una especie
de “iglú tropical” que simboliza el vientre de la Madre Tierra. En él hay una pequeña puerta y un hoyo en el
interior para introducir piedras de río ardiendo: las “abuelitas”.
El espacio es reducido y en el temazcal hemos entrado
alrededor de doce personas. Se vierte agua sobre las piedras y el vapor se
extiende por el temazcal… El cuerpo se cubre de sudor, el calor agobia. Dentro
reina la oscuridad, ese mundo donde los espíritus vagan hacia un nuevo
nacimiento.
Se reza por los familiares, antepasados y amigos; se ora para
agradecer al animal su sacrificio, para que regrese el verdadero sabor del agua,
porque el hombre deje de ser hombre y se sienta de nuevo naturaleza.
Una “abuelita” dijo que no debíamos tener miedo a juntarnos,
a pesar del calor y el espacio. Una “abuelita” dijo, en el fuego del temazcal,
que alguna vez estuvimos mucho más juntos.