Todo cambia. Y no me refiero a las canas, la pareja o la suerte, que son cambios, pero no trascendencia. La fotografías de los líderes sindicales que encabezaron la huelga del pasado 19 de marzo. Eso, eso es Historia.
La perspectiva del tiempo no es fácilmente manipulable a través de la imagen, por ejemplo, de los miembros de la CNT en sus múltiples huelgas sindicales durante los años 30, con los rostros ojerosos y los chalecos abotonados sobre pechos huesudos. Una fotografía grotesca frente a las soberbias barrigas y las barbas escrupulosamente recortadas de la vanguardia sindical de nuestros días. Asalariados que han cambiado el lema de “patria o muerte” por “renovarse o morir”, que va más con la línea de revoluciones comandadas desde el sofá de la oficina. Eso, eso es darwinismo.
Decía Mc Luhan que no es posible comprender los cambios sociales y culturales si no se conoce el funcionamiento de los medios. Ahí tenemos el ejemplo de las dos Españas, las de siempre, dándose bofetones a través de portadas de diarios que no comparten ideas pero sí beneficios, los que les dejan las empresas que se alimentan de esas dos Españas, las mismas, las que se enfrentan en las manifestaciones, pero se cruzan en El Corte Inglés.
Ahí estaban los entendidos de los diarios “progresistas” (cuánto respeto me merece esta palabra), firmando columnas y espacios televisivos para decir que el nuevo presidente ya está sentenciado, pulgar abajo, porque la calle es un circo y ellos los leones. El César de los 5 millones de parados se quedó en la cuesta de enero durante ocho años, pero eso qué, al fin y al cabo, puño en alto.
Todo cambia, y España es, hoy, un país banal. La banalidad no se gana de un día a otro, como la crisis no es sólo dinero. La banalidad es cuestión de años y empieza en las aulas, enseñando a los niños que Hernán Cortés era un tipo admirable y Moctezuma un bárbaro en taparrabos.
La banalidad se alimenta de individuos que ven la televisión una media de dos horas al día (el 90% de los españoles), y se ceba con presidentes de gobierno que no hablan inglés, o lo chapurrean con las botas sobre la mesa de un rancho texano mientras se negocia la muerte de miles de hombres.
Un país que ha negado la cultura hasta convertir sus universidades en las menos eficientes de Europa. Un país que mantiene El Código da Vinci como el libro más vendido durante dos años consecutivos. Es un mapa plagado de pueblos fantasmas porque un día se decidió que las raíces españolas eran una puñetera burla al desarrollo…
Todo cambia, o no, porque Parménides también reclama su protagonismo al ver al rey cazando elefantes en Botsuana. Eso, eso es evolución. Pero la brutalidad del rey no es comparable a la de un pueblo que sigue aceptando un estado monárquico y que grita a los cuatro vientos una frase conocida: los vulgares, son los otros.