lunes, 28 de mayo de 2012

Realidad




León, Nicaragua. A finales de mayo.

Los días de tormenta, Enrique se acuerda de los muertos de la revolución. Mira su mano y recuerda los cócteles molotov entre sus dedos, detrás de las trincheras, con un par de balas en las cananas y el paliacate cubriéndole el rostro. Cae la lluvia y piensa en los charcos rojos de sus compañeros abatidos por la Guardia Nacional de Somoza, heridas sobre los uniformes desgastados de los guerrilleros, sobre sus rostros adolescentes y los gestos de rabia diciendo: “‘hioputas’, seremos libres”. 

El cielo truena y Enrique se acuerda de todo eso, con el brazo agonizando de dolor. Una ráfaga de metralla le alcanzó en aquellas trincheras. Le entubaron el brazo por dentro, y los rayos, o la luna llena, alteran desde entonces la aleación.


Las tormentas le recuerdan, treinta años después, que no tiene dinero para cambiar el metal que ya no sirve. Se acuerda de que algunos de sus comandantes presiden hoy el país. Se acuerda de los compañeros muertos y aprieta fuerte los puños para contener el dolor.  

martes, 22 de mayo de 2012

Recuerdos e ilusiones


En Nicaragua, como en tantos otros lugares con derecho a guardar silencio, los hombres no tienen jubilación ni planes de pensiones. Terminan de trabajar, sencillamente, cuando se mueren.

Pero en las tardes, cuando el campo descansa, los ancianos salen a los patios de las casas y se cuentan viejas historias, a veces sinceras y otras exageradas, porque ninguno quiere recordarse como uno más en esa severa dictadura que es el tiempo y que todo lo acaba.

Un joven pasó con una botella de ron frente a uno de esos ancianos y éste le pidió un trago. El joven se acercó y le puso la botella delante, ofreciéndole ron a cambio de una “pasada”, como llaman a esas historias que de tanto recordarlas, se olvidan. El viejo le contó la más sincera que conocía: “Nosotros lo viejos vivimos sólo del puro recuerdo, pero ustedes, los jóvenes, sólo de puras ilusiones”.

 El joven se rió, le miró a los ojos y le regaló la botella.


P.D: Un pajarito me dijo que andaba preocupado, porque de tanto viajar se dio cuenta que en el mundo abundan los recuerdos de ilusiones... perdidas.

jueves, 3 de mayo de 2012

Rumbo contrario



 Tres días de autobús. Cinco fronteras: México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua. Cinco monedas. Cinco gobiernos. Cinco ficciones. 

Veo pasar kilómetros de asfalto a lo largo de una inmensa estepa verde. A derecha e izquierda, los mismos volcanes, la misma piel, la misma realidad.

Nicaragua, 30 de abril de 2012

En México me hablaban de sus pueblos, de allá, de Honduras, donde dejaron a cinco hijos en una escuela sin maestro; de un pueblo guatemalteco donde quedó una madre cavando la misma jodida tierra. Les escuché y traté de imaginar cómo serían esos lugares de los que marchan miles de hombres, mujeres y niños, cargando mochilas de fe.

Ahora, cinco países después, los encuentro en fábricas, haciendo puros que saborearán los directivos de los grandes consorcios extranjeros. Los encuentro en puertos, sumergiéndose a pulmón para pescar langostas que disfrutarán en los restaurantes más lujosos del Caribe. Los encuentro tocando la guitarra bajo el calor tropical, frente a casas de barrios humildes y perros que ladran a la luna.

Lizard toca acordes de su tierra y dedica canciones al chocarrero que vende aguacates por las esquinas; canta al nicaragüense y a los bosques mutilados; se canta a él mismo cuando le detuvieron en México en su camino hacia la pesadilla perfumada del dólar. 

Dentro de la casa, doña Ale recuerda los años de la guerra, cuando el ejército de Somoza enfrentaba a la guerrilla y los muchachos del Frente Sandinista. Recuerda las bombas y a sus hijos pequeños pidiendo agua. Recuerda que está feliz por habernos conocido.

Sentados frente a la casa de doña Ale, al calor de la guitarra y un trago fresco de cerveza, Lizard me dice que ha compuesto una canción a Dios, ese Dios que puede ser el árbol, el chocarrero, o quien sea quien nos dio la vida. Le escucho decir que todo el mundo cree en algo y yo, sin decirlo, pienso que durante mucho tiempo no creí en nada. Ahora le miro y encuentro respuestas fácilmente. 

Sí, sí creo. Creo en gente como él.