Las cárceles suelen ser el reflejo de la sociedad. Algunas son más violentas que otras, gobierna el dinero o el cuchillo, hay hacendados y plebe. En México los reclusorios son criaderos de delincuentes, asesinos, narcos organizados, y curiosamente, entre ellos, ni un político. La violencia y la corrupción que se vive en muchas ciudades y pueblos del país siguen su curso entre las rejas, con la misma barbarie, con la misma impunidad.
Aquí el extracto de un joven de 24 años que entrevisté después de pasar cuatro meses en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México, o RENO, como lo llaman quienes han vivido esa pesadilla.
Alan es un pandillero del DF que fue detenido cuando salía de trabajar de un table-dance. Servía copas a los clientes y fue arrestado por la policía cuando salía del garito. Se encendía un cigarro cuando le sorprendieron acusándole de robo a una mujer que tenía en frente de sus narices y que jamás había visto. Alan reconoce haber vivido días de violencia como pandillero, cruces de navaja y balas, pero asegura, jura y promete por lo más sagrado, que nunca robó ni, mucho menos, tocó a esa mujer.
Alan es una víctima más de lo que está sucediendo en las ciudades de México. Jóvenes sin oportunidades de trabajo, educados en escuelas de vicio, abandonados a su suerte por un gobierno que derrocha el dinero en campañas electorales y sueldos desorbitantes a miles de funcionarios que sólo van a la oficina para calentar el asiento.
A pesar de haber vivido situaciones dramáticas en su vida, Alan llora tímidamente en un momento de la entrevista. Tiene miedo, dice que duerme como un feto en la cama, como si estuviera todavía metido en ese cubículo sin luz. Entonces abre los ojos y ve que ya está en casa, en una habitación junto a sus padres. Alan es un chico de la calle, marcado por el estigma de la violencia, que cualquier día puede engrosar la lista de sicarios que trabajan para el narco y, al menos, aunque sepa que morirá en menos de dos años, podrá vivirlos como esos que dirigen el destino del país.
“Se me hicieron eternos los cuatro meses. Al principio fumaba droga y no quería saber nada de lo que había fuera. Me despertaba, fumaba y me volvía a dormir. Teníamos que acomodarnos 25 personas en una celda, había cábalas (chicos) que se colgaban, amarrábamos cobijas y se dormían arriba, otros en el suelo… Podría haber como cinco colgados y diez o doce en el suelo,… No te puedes mover en toda la noche, si no, ya te andas pegando con el otro.
A mí me golpearon como mes y medio. Me golpeaban todas las noches. Las jefas (nombre que les dan a los líderes que manejan la droga y suministros en la cárcel) suelen pertenecer a cárteles como los Zetas o la Familia Michoacana. Muchos tienen escolta y desde ahí manejan todo. Tienen chicas que meten la droga y ni siquiera las cachean al entrar. La policía lo sabe pero ellos cobran buenas mordidas (dinero) por hacer la vista gorda. Cuando estaba allí se fugaron unos narcotraficantes pesadotes. Los veías mugrosos, barbones, como si no fueran nadie… Secuestraron al hijo del custodio de la cárcel y ellos salieron por la puerta grande. Ahora sí que salieron con un sello (irónicamente, en referencia a al sello que ponen en el acta del recluso cuando queda en libertad).
Me impactó lo que puedes llegar a ver. Cábolas que se corbatean (suicidan) porque no aguantan la presión. Si no tienes dinero o quieres que no te hagan nada, las jefas le dicen al cábola que quieren tener sexo con su mamá, su esposa o su hija cuando vayan a visitarles…
A diario había dos o tres muertos. Los atraviesan con fierros. De repente pasas por una celda y ves las sábanas blancas cubriéndoles… Hay gente que no puede aguantar la presión y acuchilla en la noche a quien el día anterior le estaba amenazando. No cualquiera aguanta la presión ahí dentro. Si te piden 60.000 pesos y te dicen que si no los das te van a matar… ¿qué haces? ¿Hablar con los policías que están comprados por ellos? Si denuncias, el policía le dice al compañero ¡llévatelo y dale una madriza por puto! Son experiencias que no se la desearía ni a mi peor enemigo. El recordarlo da miedo.
Había cábolas de 21 años que se drogaban y te decían: quiero matar. Les drogan para que lo que hagan, para que maten dentro de la cárcel. Ahí dentro también quieren el control de la droga porque se mueve mucho dinero, es como una ciudad. Hay gente que vive mejor ahí dentro que a fuera por todo lo puedes conseguir. El nivel de adicción es tan grande que si bajas la calidad de la droga te metes en un pedo.
Vi muchos Zetas pero ni siquiera se conocen entre ellos, es sólo el puro negocio. No hay compañerismo o afinidad entre ellos. Conocí a uno de los zetas, traía una zeta enorme en la espalda. Ese cábola me platicó cuántos muertos bajó, cuántos muertos acomodó. “ A mí lo que me sobra es dinero”, decía. Mataron a sus padres, a sus hermanos… Ya están solos en la vida, ya no les importa nada. Tenía como 26 años.
Todo lo que existe fuera allí dentro lo hay: pizza, camarones, hamburguesas, tacos de guisados, gorditas, incluso una hamburguesería que llaman Mc Reno (Reclusorio Norte).Hay gente que viene de prisiones de máxima seguridad en Estados Unidos y aquí no hace nada, se lo comen. Hoy todavía no puedo dormir bien. Pienso que estoy allí metido y veo la sangre, todo ese mundo…”.