Puedes despertar a mi lado, ahora. Estamos tumbados en un anfiteatro de hierba, rodeados de caras sin rostro, con bufandas y sombreros de lana, cabellos y barbas que quieren ser oleaje, gargantas que se pegan al vino.
El sonido de una guitarra se cuelga de los árboles. La mano del músico acaricia las cuerdas soñando un pasado; sus ojos se hacen noche y vierten lágrimas en cada acorde. Un dedo quiere ser puerto, el otro gaviota, el otro, tan sólo música; todos se empujan en una batalla de deseos que nunca más serán. Y me pregunto si tus miradas y tu sonrisa serán algún día acordes.
Mi último trago de vino tiene el sabor de tu mano sobre mi cuello. Tus dedos tamborilean en mi piel como si quisieran romper las cadenas de la noche con la debilidad del polen en el aire. Un rastro de luna ilumina tu cara mientras sientes hojas de otoño en los párpados. Me preguntas un último por qué con una voz que naufraga en la calma de tu boca. Pasas tus deditos por mi cara con el tacto enamorado de un ciego que se despide. Me miras de cerca y tus ojos tiemblan en los míos, buscando el último renglón del cuento que se pierde en tu sueño guerrillero. Y detrás del vino, tan sólo un acorde.
El músico ha sacado la armónica de su bolsillo y las gaviotas se alejan del puerto. Tiras de mi camiseta y señalas sus labios. Quieres que viva en ti pero los años nos separan. Donde tu dibujas un gato que acaricia la luna con sus bigotes, yo sólo veo a un pobre hombre, solo, que apoya los bigotes en su pequeño diario de metal para confesarle un nuevo suspiro. Y a pesar de todo, me esfuerzo por disfrutar de tu circo. Por ser tu mejor amigo y quemar los pesados abrigos de la experiencia.
La armónica es una brisa fría en la piel. Me tumbo y miro al cielo con el sabor seco del último trago de vino. Entonces viajamos por la carretera. Tu lengua asoma por algún rincón de tu boca buscando mi risa en los espejos. Y haces que el asfalto sea una comedia y que los días de niebla tengan sol. Te encanta despertar los domingos y salir de viaje, llegar a algún pueblo desconocido. Sentarnos bajo un olivo con tu sombrero de paja y pensar que es la jungla y tu el cazador. Me recuerdas a mi cuando te subes a las higueras, o haces que las ramas naveguen por el río con bucaneros y arpones en la cubierta. Vivirte es vivir el presente y el pasado.
Ya eres Baltimore y mis paseos en silencio por su puerto. Ya eres la música de las guitarras y la armónica. Ya eres tu allá donde voy. Pero en el anfiteatro de hierba, mientras saboreo el último trago de vino, sé que la mirada de ese niño no es la tuya, y te bebo en acordes pensando que algún día volverá el rastro de la luna a tu cara.