miércoles, 9 de septiembre de 2009

San Antonio

Un día de algún año en la década de los cuarenta, un joven de nombre Daniel cargó de alforjas los lomos de su mula y emprendió viaje rumbo a Quito. Dejaba atrás su casa de adobe y paja, nostálgico el corazón y en la mano un hasta pronto.

Caminando despacio pero firme, los que le vieron marchar decían que su sombrero sólo dejaba ver una boca y una lágrima en la sombra, de esas que riegan la cara con el brillo de un destino. Entonces no podía imaginarlo, pero ese viaje iba a cambiar su vida y la de toda esa gente que dejaba atrás.

Durante su estancia en la capital, Daniel gastó todos sus ahorros para ingresar en una prestigiosa escuela de artesanos. Estudió sin descanso las técnicas de la escultura en madera. Tallaba día y noche para aprender el oficio y cumplir un sueño: regresar a San Antonio con las alforjas llenas de figuras de cedro y crear su propio taller, el primero en la historia de este humilde pueblo.

Sus aspiraciones se hicieron realidad. En el único haz de luz que entraba por la ventana de un cuarto oscuro, las manos de Daniel trabajaban con precisión dejando en el suelo una alfombra de virutas. Mientras creaba un mundo de madera, otros jóvenes aprendían de su técnica y experiencia. Esos aprendices llegarían a ser maestros como Daniel, y como él crearon sus propios talleres. Turistas y pequeños comerciantes empezaron a llegar, atraídos por este pueblo norteño que de la noche a la mañana se había convertido en una villa de artesanos.

De los 14.000 habitantes que existen hoy en San Antonio, un 80% se dedica al modelaje de la madera. Hay tiendas de artesanías por toda la calle principal, con esculturas de temas y tamaños variopintos, desde un ángel o un motivo indígena, a una jirafa de tamaño real. Como tantas veces, la evolución del arte ha sido inversamente proporcional al crecimiento del negocio.

La competencia se ha convertido en el motor de la picaresca y el influjo del progreso. Las máquinas han reemplazado en muchos casos la labor del artesano y se empiezan a utilizar moldes de resinas plásticas. El tiempo de ejecución se ha reducido de manera notable y, por tanto, también el precio. Los mayores perjudicados son los artesanos que mantienen firme su creencia en el oficio y la ética de un trabajo ancestral.

Muchos artesanos trabajan una media de doce horas al día. Con los años van perdiendo vista y el pulso empieza a fallar. Sus manos tiemblan en un perpetuo escalofrío, y los que trabajan a golpe de martillo ven mermadas sus capacidades auditivas. Un precio demasiado caro por dedicarse a una profesión que genera pocos ingresos. Los maestros son los únicos que han logrado prosperar comprando barato a sus “oficiales”. O lo que es lo mismo, al obrero. Los intermediarios compran figuras de 50 centímetros a un precio de 250 dólares, una pieza que luego venden en el mercado a 600 dólares.

Rubén empezó a tallar con 16 años. Su padre, Segundo, le enseñó un oficio que él aprendió con 15. Trabajan en el interior de su casa, alejados de la zona céntrica, donde se mueve normalmente el turista. Realizan murales de madera que tardan en elaborar hasta tres meses. Noventa días de trabajo pagados a 800 dólares y luego vendidos en el extranjero a 3000. Rubén tiene claro que sus manos le permiten sobrevivir y alimentar a sus hijos. Desconoce otra profesión que no sea esculpir. Aunque le duela la explotación a la que muchos artesanos se ven sometidos, continuará creando porque, como él mismo reconoce, “mi corazón es de madera”.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Barrio de Paz Urbana



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Levanta la barbilla y aplasta sus dedos índice y corazón en el cuello simulando una pistola con las manos: “Mataron a mi hijo de un tiro. Nunca supe que era un Ñeta hasta que vi llegar a decenas de jóvenes con cadenas y gorras a su entierro”. La voz de Pancho se apaga unos segundos mientras conduce el taxi que me lleva desde el centro de Guayaquil a las Cuatro Manzanas, uno de los suburbios urbanos más peligrosos de la capital financiera de Ecuador. Clasificado por el gobierno local como “zona Roja”, el barrio vive un proceso de pacificación entre algunas de las bandas callejeras más influyentes de América Latina.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Cuando nuestros ojos se apoyan en Ecuador

Miradas que envejecen, miradas que sonríen, miradas escondidas... Aquí va un latido de nuestra vida. Que lo disfruten