lunes, 13 de junio de 2011

Pasaje a Centroamérica


La Mesilla. Paso fronterizo legal entre México y Guatemala. Mediodía.

La furgoneta alcanza el control aduanero. Varios cambistas con fajos de billetes en las manos abordan a los pasajeros que van saliendo del vehículo para sellar los pasaportes. Como una hilera de vagones abandonados, decenas de comercios informales se extienden a uno y otro lado de la carretera exhibiendo escaparates de mercado negro. Se percibe el olor a comercio informal. Los extranjeros tratan de aislarse del tumulto de sombras y voces para no pisar el terreno de lo caótico. La Mesilla es la imagen fronteriza tradicional, en apariencia inmersa en la anarquía, aunque perfectamente organizada entre la comunidad que la conforma, esos pasajeros que decidieron abandonarse a la suerte de los vagones. 

Ni en un lado ni en otro, siempre en el borde. Los hombres fronterizos son hombres de paso, como la tierra que habitan; hombres que ven sin ser vistos, estancados en ríos que desembocan en un mar de expectativas. No debe ser fácil ganarse la vida a mitad de camino y renunciar a ese horizonte. Los hombres de la frontera venden ilegalidad porque la necesidad escuece y el gobierno no mira; se vende lo único que queda en la puerta norte de Centroamérica: gasolina barata y productos de contrabando.

Los funcionarios de migración guatemaltecos sonríen mientras sellan los pasaportes. Los mexicanos, a sólo 4 kilómetros de distancia, tienen un código ético muy diferente: no sonreirás, no caerás bien, no darás seguridad. Desde las ventanas los agentes de migración observan con estupor los coches que cruzan a vuelta de rueda la barrera que separa ambos países. A cien metros, en territorio guatemalteco, aparecen los primeros autobuses exportados como imagen turística del país: los “chicken bus” o “guajoloteros”, autobuses escolares estadounidenses de los años 60 vendidos al patio trasero de América Latina. Los guatemaltecos han roto la sobriedad de la carrocería amarilla cromándola con llamas de fuego y colores vivos; también han incorporado motores japoneses para que los vehículos dejen de toser cuando pasan de 60. La experiencia de viajar en ellos podría compararse a una ruleta rusa donde se aprieta el gatillo en cada curva. 

La imagen de “Gallo”, la cerveza más tradicional en Guate, se extiende por los comercios junto a la cara de políticos de sonrisa falsa que hacen campaña electoral en los clásicos carteles de carretera. Venden seguridad y empleo, una vacuna para un virus que ellos mismos inocularon. Tras la imagen gris de la frontera se extiende la tierra de Huehuetenango, montañas verdes cultivadas con parcelas de maíz que anuncian la Guatemala profunda. Hombres y mujeres mayas caminan a orillas de la carretera cargando a la espalda el trabajo de la jornada; caminan bajo esos mensajes políticos colgados de las farolas que saben más que nunca a mentira. Tierra de contrastes creados y culturas que se abren paso entre las casas indigentes de hormigón. Hermosa tierra. Herida, pero hermosa.